Te haré ver las estrellas – Travesía (I)

Pirra Smith - Te hare ver las estrellas travesia 1

En esta primera parte a la que he denominado «Travesía» presento el mundo y el personaje principal de este relato, espero que te guste porque para mi ha sido muy difícil escribirlo.

Διάβαση (travesía)

El zarandeo de la estrecha embarcación que me llevaba hacia un probablemente fatídico destino no era nada tranquilizador. Había pensado que el vaivén de las olas me relajaría y podría pensar en otra cosa durante la travesía, volver a mi antigua vida aunque fuera solo en mi imaginación… pero nada más lejos de la realidad. A pesar de que nadar estaba entre mis escasas habilidades de supervivencia era bastante imposible que una vez en el mar pudiera regresar a la embarcación por mí misma.

Agarré aún más fuerte el tablón de madera sobre el que estaba sentada deseando que esta etapa llegara a su fin. Horas atrás decidí que  era absurdo seguir llevando la cuenta de veces en las que mi hilo de vida había sido objeto de juego de las Moiras. Las imaginaba sonriendo mientras lo tanteaban con sus tijeras valorando si este era el momento adecuado para cortarlo y terminar con mi sufrimiento.

Era evidente que aún estaba viva, que debían haber visto algo interesante en mi devenir y querían comprobar cómo me desenvolvía a la hora de cumplir con mi cometido.

Una ola de mayor tamaño que las demás hizo que nos mantuviéramos en el aire durante unos segundos y a pesar de seguir sentada me desorienté por completo. Al volver a tener contacto con el mar sentí como entraba agua y se me mojaban los pies. Suspiré con desagrado mientras movía los dedos de los pies en un vano intento por secarlos.

Una de las muchas cosas que no había tenido en cuenta cuando me lancé a la aventura fue la indumentaria. Aún llevaba los mismos ropajes que acostumbraba a usar en el templo. Al menos había sido inteligente y acepté una capa que me ofrecieron para ponerme por encima.

Más que resguardarme del frío la idea era que ocultara mi cuerpo de las miradas indeseadas. Era muy consciente de que una mujer realizando un viaje a una isla remota sin ninguna compañía era una llamada al desastre. Por eso creía que las Moiras estaban de mi parte, de todas las catástrofes para las que me había preparado en mi mente, aún no había enfrentado ninguna.

Quizás ha sido así porque había estado concentrada en evitar que la gente fuera consciente de mi mayor debilidad. Había sido bastante precavida, fingiendo con buenos resultados hasta el momento. Ninguna de las personas con las que me había cruzado me hizo notar nada en especial, no me preguntaron al respecto ni me ofrecieron ayuda. «Cuando el barquero me deje en la costa de Agistri tendré que pedirle indicaciones para encontrar las cuevas, espero no resultar demasiado obvia» me recordé a mí misma.

En ese preciso momento carraspeó. Giré la cara hacia él para que supiera que le prestaba atención. En el poco tiempo que había pasado desde que nos conocimos en el puerto me di cuenta de que hacía ese ruido cada vez que iba a dirigirse a mí. Me debatía entre la posibilidad de que le resultara incómoda la petición que le había hecho o que me hubiera topado con la única persona que se había dado cuenta.

—Ya casi hemos llegado, niña. Dame lo que falta.

Decidí ignorar el sobrenombre con el que se había dirigido a mí. No sentía que su intención fuera ser despectivo y supuse que para alguien como él, yo debía parecerlo.

Asentí con la cabeza y metí la mano en la bolsa que llevaba escondida entre los pliegues de mis ropas. Palpé las monedas y sin sacar ni la bolsa ni mi mano conté al tacto la cantidad acordada antes de embarcar. No quería que viera si llevaba más de lo que me había pedido, no fuera a ser que quisiera renegociar los términos del acuerdo.

Estaba en sus manos, quizás él no fuera consciente pero dependía por completo de su buena voluntad para que me dejara sana y salva en la orilla de la isla. Dibujé en mi cara aquella sonrisa que tantas veces me había valido el perdón de mi padre ante mis travesuras para no dejar entrever el miedo me corroía por dentro.

La sensación de depender de los demás, de no tener el control, no ser capaz… aquello era lo que me había conducido a donde me encontraba en ese preciso instante. No quería seguir viviendo de aquella manera y por el Olimpo que me ganaría de nuevo el favor de los dioses o moriría en el intento.

Alargué la mano hacia él con la palma abierta para que pudiera coger las monedas. Contuve el aliento durante unos segundos esperando que las tomara sin hacer ninguna pregunta. El momento se alargó más de lo que me hubiera gustado pero finalmente sus callosos dedos rozaron la suave piel de mi mano con rudeza y casi me las arrancó.

Entrechocaron mientras las contaba en voz baja, comprobando que le había dado la cantidad correcta. Al terminar se levantó, haciendo zozobrar la barca, y dejó caer las monedas en su propia bolsa junto a las que ya le había dado antes de montar. No se había fiado de mí antes y no se fiaba tampoco ahora. Si yo lo hacía era por obligación, puesto que lo necesitaba.

Me recompuse y esbozando mi mejor sonrisa empecé con la siguiente parte del burdo plan que había trazado. Tenía que pedirle que volviera a por mí a la isla después de completar mi cometido.

—Disculpe…

Dudé durante unos segundos mientras trataba de recordar si me había dado su nombre en algún momento de la negociación antes de subir a la barca pero no me vino nada a la memoria.

—Carón —completó él con un gruñido.

Se me atascó el aire en el pecho… «¿Quién le pone el nombre del barquero del inframundo a su propio hijo? ¿Es esta una señal de que mi viaje es solo de ida?» me pregunté. Me concentré en mis pulmones para seguir respirando mientras intentaba convencerme a mí misma de dejar a un lado el misticismo y usar la razón. Lo más probable era que estuviera riéndose de mí, quizás estaba intentando asustarme o tomarme el pelo. No era más que una persona de carne y hueso cuyo trabajo consistía en llevar gente de una orilla a otra.

—Carón, necesitaré que vuelva a por mí.

Tragué saliva notando cómo la voz se me empezaba a quebrar. Tenía que pensar que las cosas iban a salir bien. En el caso de que tuviera éxito necesitaba poder volver al templo para hacer la ofrenda a los dioses. Para salir de la isla y volver a tierra firme tenía que contar con él. Antes de seguir con mi monólogo me hizo saber sus condiciones.

—Niña, no hay nada que hacer en esta isla, salvo morir. Cuando te des cuenta enciende una hoguera en la orilla, veré el humo y vendré por ti.

Me pareció notar cierta preocupación en su voz al darme el aviso, pero yo ya sabía lo que me esperaba en Agistri. No sabía si contaba con las habilidades necesarias para sobrevivir pero sí era capaz de prender fuego y había ido preparada con material para poder hacerlo. «Y si no uso el fuego embotellado contra el monstruo podré crear una gran hoguera sin ningún esfuerzo» me dije a mí misma para reconfortarme ante la realidad que me había dibujado con sus fatídicas palabras.

—De acuerdo.

—Necesitaré que me pagues por adelantado —añadió con rapidez.

«Por supuesto» me reí internamente. Había pocas cosas que movían a la gente a cometer locuras: una de ellas era el dinero, por ello tendría a aquel hombre pendiente del cielo buscando la humareda, la otra era la esperanza, por eso me encontraba yo en aquella situación. Metí de nuevo la mano en la bolsa y saqué la misma cantidad de monedas que le había tendido poco antes.

—Toma esto como primera parte del pago, cuando me recojas te daré otra parte y si me llevas sana y salva hasta Atenas te entregaré cuatro veces lo que ves ahora.

Supe por el silencio que hubo a continuación y por su actitud que no estaba del todo contento con la petición. No era una mala oferta pero llevarme de vuelta a tierra firme suponía dejar las islas. Esperé con paciencia a que se decidiera sin insistir, no quería sonar desesperada.

—La primera parte al recogerte, dos más en Egina y el resto al pisar Atenas.

No pude controlar mis facciones y sonreí satisfecha.

—Hecho.

Extendí el brazo y abrí la mano para que tomara su adelanto. Tan contenta estaba por haber solucionado aquella parte del plan de forma satisfactoria que me sorprendí cuando Carón saltó de la barca al agua y tiró de la cuerda amarrada en la proa hacia la orilla.

Mi corazón empezó a latir con furia al darme cuenta de que en breve estaría sola para enfrentar mi destino. Cuando el oráculo me dio su predicción no la creí. Lo único que me vino a la cabeza fue la posibilidad de morir. No contaba con la preparación necesaria, no era un guerrero ni un héroe.

Sin embargo ahí estaba yo. Tras años encerrada en el templo, rodeada de otras mujeres que me cuidaban, se adelantaban a todas mis necesidades y procuraban que nunca me topara con ningún obstáculo en mi camino… había hecho caso a una predicción que no creía, esperando que los dioses se apiadaran de mí.

Con un último tirón y un gruñido por parte de Carón la barca frenó todo movimiento al encajarse en la arena de la costa. Chapoteó a mi derecha acercándose a mí para ayudarme a salir de la embarcación. Me levanté con cuidado y apreté contra mi pecho la bolsa en la que había metido todas mis pertenencias y algunos objetos que esperaba me ayudaran a conseguir acabar con el monstruo.

De forma inesperada Carón me rodeó el cuerpo con sus brazos y, como si fuera realmente la niña que él decía que era, me dejó en pie sobre una orilla que no tenía nada de suave. Deslicé un pié sobre las pequeñas rocas para sentir su forma bajo la fina suela de mis sandalias. Había oído hablar tanto sobre las espectaculares playas de arena de Agistri y sus aguas transparentes que me sorprendió toparme con rocas y el desagradable olor de las algas que debían llevar unas cuantas horas, o días, al sol.

Unas manos grandes y fuertes me tomaron por los hombros para girarme, quedando cara a cara con el último vínculo que me unía a la civilización. Carraspeó antes de hablar y casi fui capaz de notar la vibración de su garganta.

—No sé qué locura te ha traído aquí pero este es el momento de ponerle fin. Te meteré de nuevo en la barca y te llevaré a Atenas tal y como hemos acordado.

Negué con la cabeza con un gemido de impotencia agarrado en el pecho. No podía volver al templo sin cumplir con mi misión. Atrás solo me esperaba la certeza de que mi vida se mantendría en la oscuridad y necesitaba algo de luz. Tome aire para serenarme y contesté.

—Tengo algo que hacer. Cuando lo consiga haré un fuego y espero que cumplas con tu parte y vuelvas a por mí. —Apreté los labios antes de añadir— no voy a volver hasta que no haga lo que tengo que hacer.

Resopló con fuerza tensándose y ejerciendo más presión con sus dedos sobre mis hombros. Se quedó en silencio y en aquellos instantes supe que estaba valorando si volver a meterme en su barca a la fuerza o dejarme allí. Me entró miedo porque estaba a su merced.

—¿No ves que aquí te espera la muerte? Eso o acabar convertida en piedra junto a todos aquellos que lo intentaron antes que tú. Una vez me marche no habrá vuelta atrás.

Negué de nuevo con la cabeza. Había tenido todo el camino para valorar lo que iba a hacer y la decisión estaba tomada. Me iría de aquella isla con la cabeza del monstruo en mis manos para entregarla como ofrenda a los dioses o no saldría de allí.

Carón debió ser consciente de mi tozudez y que no sería capaz de hacerme cambiar de opinión. Con una de sus manos me tomó de la barbilla y me alzó la cara. Fue tan cuidadoso que apenas noté la dureza de sus dedos sobre mi piel.

—Ahora no lo ves, pero lo verás.

Suspiró al reconocer que no tenía nada que hacer. Manteniendo sus manos en mis hombros me guió sobre la arena hasta que casi chocamos con una pared. Tomó una de mis manos y la llevó hasta el obstáculo que se había interpuesto en nuestro camino.

—Esta pared de piedra delimita la playa con las cuevas, a partir de aquí el terreno se complica, pero es la entrada más directa a las cuevas. Puede que el suelo esté mojado, quítate las sandalias o te harán resbalar. Será mejor que uses los pies para orientarte.

Acaricié la superficie y me di cuenta de que la rugosidad de la roca dibujaba líneas paralelas, como si hubieran colocado finas láminas de piedra unas sobre otras.

—Sigue las líneas. Cuanto más lisas, más dentro de la cueva.

Me dio algunas indicaciones más con la idea de que fuera capaz de sobrevivir al terreno y a los días allí sola en las cuevas. Agradecí sus buenas intenciones con mi sonrisa sabiendo que solo estaba alargando su marcha, que terminó llegando antes de que estuviera realmente preparada. Las últimas palabras que escuché, a modo de despedida fueron:

—¡Suerte con Medusa!

Primera parte del relato «Te haré ver las estrellas»

Si te ha gustado o quieres saber cómo continua déjame un comentario, esta historia está relacionada con el artículo que escribí sobre un personaje con deficiencia visual. Y lo empecé apara presentarlo a una convocatoria de un concurso pero al final… bueno, no lo he terminado aún.

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