Estoy en nuestro café, donde cada mañana te veo tomarte un latte mientras escribes en tu portátil. También tienes una agenda dónde apuntas cosas, aunque no tengo ni idea de qué.
En mi mente me he imaginado tantas veces cómo acercarme a tí y darte conversación que no sé cual de todas elegir. Lo que sí he decidido es que hoy es el día, hoy me acercaré a ti y te hablaré. Llevamos meses desayunando solas cada una en su mesa haciendo sus cosas y sé que me has mirado de vez en cuando. Igual que yo te he mirado a ti. Sé que me reconoces, que sabes que siempre tomo el mismo té con la misma galleta al igual que yo sé que tu aderezas tu latte con cacao.
Estoy en nuestro café por ti.
Soy una persona de costumbres, sí. Pero cuando me di cuenta de tu existencia empecé a venir cada vez más. A la misma hora, en la misma mesa. Para poder compartir contigo ese rato, aunque fuera en la lejanía. En mis ratos libres soy escritora y a veces me gusta pensar que tú también lo eres. ¿Si no por qué estarías siempre tecleando?.
Soy una persona difícil de llevar, por eso no estoy en ninguna relación ahora mismo. He tenido parejas, pero al final han salido espantadas de mi vida. ¿Quizás tú seas diferente? ¿Quizás entiendas aquello por lo que estoy pasando?
Tengo que dejar de pensar en todas las pegas que puede haber y hacer lo que he venido a hacer hoy. Acercarme a ti. Hablar contigo. Conocerte. Enamorarte. Llevarte a mi cama. Hacerte el amor. Estar contigo. Quizás voy muy deprisa. Quizás me he enamorado de mi idea de ti y todo acabe mal.
Me levanto con mi té y mi galleta y me acerco a tu mesa. Sé que te has dado cuenta de mi movimiento porque me has mirado sorprendida de reojo. Y has sonreído. Eso es buena señal.
— Buenos días, ¿puedo desayunar contigo? —pregunto azorada.
— Creí que jamás me lo preguntarías — me respondes con una sonrisa.
Y así empezamos nuestro particular acercamiento. Desde aquel día desayunamos juntas, hablamos mientras nos terminamos nuestros desayunos y luego me marcho a trabajar, dejándote sola con tu portátil y tu libreta.
Quizás mis dotes de observación son mejores de lo que había estimado y si, eres escritora. Te encanta el olor a café, como a mí, te gusta trabajar con ruido y la localización de esa cafetería es única… te sientas siempre en la misma mesa porque eres alguien de costumbres y porque te gusta mirar por la ventana para inspirarte.
Solo tardamos un mes en darnos cuenta de que estábamos hechas para estar juntas. Los desayunos se convirtieron en comidas, las comidas en cenas y otro mes después ya nos invitamos la una a la casa de la otra. Quizás tardar tanto en avanzar en una relación no es lo más habitual. Sobre todo porque había química desde un principio. Pero quise ser clara, sobre mis problemas y mi trastorno mental.
No quería mentiras. No quería que huyera de mí después de todo lo que habíamos compartido así que fue una de las primeras cosas que le dije sobre mí. Para que huyera. Para comprobar si huía. Pero no huyó. Se quedó mirándome con una sonrisa enigmática y me contestó:
— Todos tenemos taras.
Y empezamos a ser «nosotras». Una pareja. A dormir en casa de la otra, a dejar algo de ropa por si acaso. A tener una relación.
Y sobre todo a enamorarnos cada día en ese desayuno que seguíamos compartiendo solo que ahora antes de irme a trabajar nos despedíamos con un beso.
Este relato está enmarcado en el reto Literup de 52 relatos en un año.
Objetivo 7: haz que dos de tus personajes se enamoren.
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