Otro año más terminaba y ante mí tenía la hoja en blanco con sólo un título: “Propósitos de 2019”. Estaba dándole vueltas a mis propósitos del año pasado, que había cumplido con creces. No me había puesto demasiados, todos cómodos, fáciles de cumplir.
Por eso este año quería encontrar un reto, algo que supusiera un desafío para mí.
Y entonces navegando por internet lo encontré. Un reto en el que había que escribir 52 relatos en un año. Parecía escrito para mí, como si estuviera destinada a encontrar ese reto.
Mi primer propósito era escribir más, pero ¿cuánto más?, ¿dónde?, ¿para quién?. Para mí misma sobre todo. Para rellenar los huecos que había dentro de mi alma. Esos que solo era capaz de rellenar escribiendo. Tenía el alma resquebrajada tras las 32 primaveras que me había tocado vivir y ahora quería encontrar algo que me ayudara a unir las piezas. Y aquello era la escritura.
No sé muy bien cómo pero me apunté al reto. Lo hice sin pensar, sin dedicarle más de un pensamiento. Si lo hubiera pensado un poco mejor habría decidido no hacerlo. Y este es el tipo de cosas que es mejor no pensar, si no directamente hacerlas.
Revisé minuciosamente las normas para participar.
No ponía nada sobre el mínimo de palabras que debía tener o caracteres, dejaba eso al libre albedrío de la persona que quisiera cumplir con el reto. Por mi misma decidí que el relato no podía tener menos de 500 palabras, ¿qué mínimo?
Y con ese objetivo en la cabeza empecé a repasar todos los temas que estaban en la lista uno tras otro. Algunos parecían tremendamente sencillos, que los podría realizar cualquiera. Otros, sin embargo, podrían resultar un tanto complejos.
Además de escribir más quería mejorar, por lo que tendría que pedir la opinión a la gente sobre mis relatos. De esa forma decidí que pasaría los relatos a cuánta más gente mejor para que pudieran decirme todo lo que había mal con mis relatos y poder mejorarlos.
Yo ya sabía que mi punto débil era la puntuación.
Tiendo a escribir demasiado sin poner comas o puntos. A hacer las frases muy largas.
Y a veces repito la misma palabra varias veces en muy poco espacio.
También abuso de vez en cuando de algunos verbos.
Pero todo eso lo podía aprender a hacer mejor, escribiendo. Podía ir curando mi alma rota mientras escribía. Podía ir sacando de dentro de mí todo aquello que llevaba como una pesada carga. Aprovecharlo para mejorar y aprender. Utilizar los temas del reto como una excusa para hablar de mi vida y de cómo había llegado hasta este punto en el que necesitaba escribir tanto como respirar. Que si pasaba un solo día sin hacerlo mi alma lloraba.
Si, ese sería mi propósito de 2019. Cumplir con el reto de los 52 relatos en un año. Y lo conseguiría, por supuesto que sí. Y dejaría a todos con la boca abierta al ver que lo había logrado. Que en un año había conseguido crear tantas historias como temas propuestos.
Mi corazón latía rápidamente, estaba tremendamente emocionada, quería empezar ya.
Así que abrí el editor de textos y empecé a escribir:
Otro año más terminaba y ante mí tenía la hoja en blanco con sólo un título: “Propósitos de 2019”
Este relato está enmarcado en el reto Literup de 52 relatos en un año.
Stiby
Muy buenas!
Al principio no pensaba que era un relato en sí, sino una reflexión tuya más bien, sobre los propósitos de año nuevo.
Al final ha resultado ser ambas cosas jeje. Mucha suerte con los retos y por cierto a qué premisa del reto de literup responde?
Creo que ya te comenté que en 2017 hice este reto. Pero solo logré hacer seis o siete relatos. Menos da una piedra pero quede muy lejos de conseguirlo. Te deseo mucha más suerte!