Necesitaba a alguien con quien hablar del tema, pero me daba miedo que mis amigas me juzgaran. Al final decidí meterme en un chat online bajo un nombre claramente falso para preguntar a otras lesbianas qué podía hacer con lo confusa que me encontraba. Alguna de ellas me dijo que si quería probarlo con ella primero, incluso con ella y su marido; pero no me gustaban las mujeres en general. Yo la quería a ella. A mi Sofía.
Jajaja, «mi» Sofía, como si fuera algo más que alguien de mi equipo. Además de eso justo, que aparte de ser una relación lésbica que jamás había experimentado, ella formaba parte de mi equipo en la empresa.
Sofía llenaba mi cabeza más tiempo del que me gustaría. Me dieron un buen consejo al final en el chat: invitarla a tomar algo después del trabajo y tantear el terreno, las dos solas.
Una semana después de aquel consejo y tras varios intentos frustrados conseguí quedarme a solas con ella unos minutos repasando unos informes. Al terminar, mientras ordenábamos los papeles que habíamos dejado por toda la mesa mea animé a preguntarle aquella frase que había ensayado delante del espejo cientos de veces.
— Sofía, ¿te apetece tomar una copa después del trabajo? —me tembló un poco la voz pero esperé que ella no lo notara.
— ¿Hoy? —me contestó ella con otra pregunta, en un monosílabo.
— Sí, claro, ¿por qué no? —yo deseaba que fuera hoy pero tampoco quería des demasiado insistente.
— Vale, ¿qué te parece si vamos al irlandés dos calles más allá?
Odiaba ese sitio.
— ¡Perfecto! Nos vemos luego —apreté los papeles contra mi pecho para que no se notaran mis nervios y me marché a mi despacho donde, al cerrar la puerta, pegué un saltito de alegría. Dejé el taco de papeles sobre la mesa. Estaba demasiado nerviosa porque me hubiera dicho que sí.
La siguiente hora fui al baño como tres o cuatro veces para comprobar que estaba decente y que tenía el maquillaje en su sitio. Todo estaba en su lugar cada vez que había mirado. ME sentía ingenua como una quinceañera en su primera cita. La hora de salir de la oficina llegó y decidí escribir un último e-mail antes de ir a buscar a Sofía para no parecer excesivamente interesada en nuestra cita. Bueno, cita para mí, y quedada con la jefa para ella. Pero no me dio tiempo a terminarlo.
Sofía golpeó en mi puerta tímidamente y abrió una rendija para preguntar:
— ¿Lista Mari Ángeles? —con una sonrisa que me hizo olvidar qué y a quién estaba escribiendo el e-mail.
— Dame un par de minutos para terminar esto y salimos —acerté a decir sin tartamudear y manteniendo la compostura.
— Vale, te espero en el vestíbulo —dijo antes de desaparecer por la puerta.
Le di a guardar al borrador del email que estaba escribiendo, ya lo terminaría otro día, no era nada urgente. Cogí mi abrigo y por primera vez en mi vida dejé los papeles tal cual en vez de guardarlo todo religiosamente. Pasé por el baño una última vez para comprobar que todo seguía en su sitio y retocarme el pintalabios para verme mejor y sentirme más segura. El rojo siempre me daba el coraje suficiente como para hacer cosas por primera vez, cosas que me daban miedo o situaciones en las que podía hacer el ridículo y esta cumplía con todas.
Bajé al vestíbulo y allí estaba ella hablando con el de seguridad. Me dio un pequeño ataque de celos ante las sonrisas que compartían. Carlos, el de seguridad, era un buenorro genérico: el típico tío de gimnasio que estaba bien para un polvo pero en realidad no era una idea inteligente si luego tenías que encontrártelo todos los días al entrar al trabajo.
— ¡Sofía! —llamé.
Ella se despidió raudamente de Carlos pasando su mano por el antebrazo de él y dedicándole una sonrisa. Esta chica era más heterosexual que yo antes de conocerla, pensé. Jamás se tomaría bien los avances por mi parte. Mi inseguridad hablaba y yo sabía que no debía darle espacio, que hoy era un día para tantear los posibles intereses de Sofía para evaluar un posible acercamiento o no, dependiendo de sus respuestas y acciones.
Salimos del edificio y caminamos cuesta abajo, brazo con brazo, por el frío que había.
— Entonces ¿el irlandés? —preguntó Sofía yo creo que para dar conversación durante el camino y romper el hielo.
— Sí, claro. Como habíamos quedado. Podemos tomarnos un par de cervezas y luego si quieres compartimos taxi a casa —contesté sabiendo que con dos cervezas Sofía podía acabar achispada y no quería que nadie se aprovechara de ella, nadie que no fuera yo al menos…
— Suena bien, me encanta la cerveza negra —confesó con una sonrisa.
— Yo soy más de rubia — contesté pensando en la cerveza y en su precioso pelo que hoy llevaba suelto.
Ojalá pudiera sentir ese pelo sobre mi cuerpo.
¡No debía pensar esas cosas! Me dije a mi misma. Mientras hablaba conmigo misma me perdí la pregunta de Sofía.
— ¿Qué? —pregunté un poco desconectada de la conversación.
— Que me gusta mucho que me hayas invitado a un afterwork para conocer mejor, eso decía — sonriendo abiertamente con aquellos dientes blanco y perfectamente alineados, producto probablemente de haber llevado aparato en su juventud.
— Y además en mi sitio favorito — dijo a la vez que entrelazaba su brazo con el mío mientras esperábamos que el semáforo se pusiera en verde.
El gesto me dejó un poco en shock porque nunca se había tomado ese tipo de confianzas en la oficina, pero la verdad es que sí hacía mucho frío y así nos manteníamos algo más calientes. Aunque si ella supiera del calor que tenía yo por la situación y todo lo que podía llegar a pasar próximamente seguro que no se acercaría así de esa manera a mí. Cruzamos la avenida grande y nos metimos por las callejuelas hasta llegar al maldito irlandés que tanto odiaba, casi tanto como me disgustaba la cerveza. Pero por Sofía, por la posibilidad de tener algo con ella iría caminando al infierno. De hecho me sentía como si estuviera haciendo ese mismo camino porque si le expresaba mi interés y ella me mandaba pastar y luego lo comentaba en la oficina, ya podía ir buscándome otro lugar donde trabajar.
Pero merecía la pena el riesgo porque…
¿Y si pretendía mis atenciones? ¿Y si sus sonrisas que me habían parecido coqueteo, lo eran? ¿Podrían ser sus roces inocentes al coger un informe o los bolígrafos señales que me había estado mandando de su interés por mí?
David Rubio Sánchez
¡Nos dejas en ascuas! Esas citas en las que pensamos en declararnos, ¡Ay! Entre los nervios y la excitación, bien trasladados ambos al relato. A ver qué responde Sofía. ¡Saludos!
Pirrasmith
¿Qué dirá Sofía? La semana que viene te lo cuento, prometido!!