Tres cervezas y media (III) – Relato

PirraSmith - Tres cervezas y media

La primera cerveza se la acabó mientras hablábamos de cosas de la oficina, de los compañeros, el jefe de ambas y cómo iban las cosas en la empresa. Yo solo llevaba como mucho cuatro o cinco sorbitos de la mía.

— Mari Ángeles, chica, que poco bebes —me dijo Sofía, dándome un pequeño manotazo en la rodilla mientras con la otra mano se tapaba su brillante sonrisa.
— Llámame Angie —le dije en un arrebato de confianza— así me llaman en casa… pero solo fuera de la oficina ¿eh? — dije guiñándole un ojo como una confidencia.
— Angie —repitió— te queda bien.

Nos reímos ambas.

Ella pidió una segunda cerveza y se la bebió igual de rápido que la primera. No sé si porque siempre bebía de esa forma o si, quizás, estaba tan nerviosa como yo al estar solas en un ambiente informal.

— Y dime Angie… ¿qué hacemos aquí? —me preguntó a bocajarro con una tímida sonrisa y los ojos brillantes probablemente gracias a la cerveza.
— Para conocernos un poco más, saber algo más de ti a parte de cómo trabajas —contesté.
— Ahhh —dijo ella como si acabara de comprender, sacó una mano y empezó a contar con los dedos». En mi casa me llaman Sofía, sin diminutivos porque mi madre los odia, somos tres hermanos, yo soy la pequeña y la única chica. Me hice el interrail al terminar la carrera  para aprender idiomas y acabé viviendo en Edimburgo un año con una chica que conocí durante el viaje. Mi color favorito es el turquesa y… no sé qué más decir — rió un poco nerviosa.
— Vale —contesté— en mi casa me llaman Angie porque a mi madre le encanta, quería llamarme así pero mi padre dijo que había que ponerme un nombre en español, así acabé con María de los Ángeles en vez de Angie. Soy hija única y poco antes de terminar la carrera me cogieron de becaria en la compañía, luego me contrataron y terminé ascendiendo poco a poco. Me hubiera gustado vivir en otro país…

Terminé diciendo en voz alta un deseo que jamás había expresado a nadie. Y es que con Sofía me pasaban este tipo de cosas.

— ¡Cojámonos unas vacaciones y te enseño Edimburgo! —dijo emocionada.

Me reí ante la idea. Irnos de vacaciones juntas haría que hubiera corrillos en la oficina por meses aunque no ocurriera nada entre nosotras.

— ¡Sería genial poder hacer algo así! —dije con un deje de tristeza por saber que aquello era imposible

Yo llevaba algo más de media cerveza cuando Sofía se pidió la tercera, se le iba a subir el alcohol a la cabeza. De repente movió su banqueta y la acercó a la mía de forma que nuestras piernas quedaban contrapeadas, cada una teníamos una pierna de la otra entre las nuestras. Ese pequeño acercamiento me motivó a seguir con mi plan.

— Oye Sofía ¿y la chica con la que vivías en Edimburgo y tú… erais…? —dejé el resto de la pregunta en el aire, no me atrevía a decirlo en voz alta ni a recibir una negativa por respuesta.

Ella dio un largo trago a su tercera cerveza y me contestó con los mofletes adorablemente colorados.

— Bueno, éramos más que amigas, ya sabes, locuras de la juventud.

Me dio un vuelco el corazón al saber aquello, eso significaba que podía estar abierta de nuevo a una relación de ese tipo.

Rocé mi pierna con la suya al dejar mi cerveza a medio terminar en la barra. Ella mantuvo su pierna pegada a la mía al volver a nuestra posición original y lo sentí como una invitación.

— ¿Y cómo es estar con una mujer, Sofía? —le pregunté con toda la curiosidad del mundo a la par que sentía que algo en mi vientre cosquilleaba.
— Pues… ay me da vergüenza hablarte de algo tan personal —rió.
— ¿Eso es que no te gustó? —volví a preguntar esta vez con el estómago en un puño.
— ¿Qué si me gustó? Ay, Angie, han sido las mejores experiencias sexuales de mi vida. Y he estado con hombres, pero ellos no nos conocen como nosotras nos conocemos, si entiendes lo que quiero decir… —y rozó de nuevo su pierna contra la mía, Puso una mano sobre mi rodilla y se inclinó hacia mí mientras me hacía señas para que me acercara con la otra mano.

Lo hice y me dijo al oído:

— Los mejores orgasmos de mi vida.

Yo no pude más que echarme a reír de nuevo y ella me siguió. Sofía estaba definitivamente si no borracha al menos chispadilla. Y era el momento de dar por acabada la quedada antes de que bebiera aún más.

— Vamos a pedir un taxi para que te lleve a casa Sofía.
— ¿Y tú vendrás conmigo? —me preguntó.

Podíamos compartir taxi, así me aseguraba de que llegaba bien a casa. La miré largamente y al final dije:

— Venga, vale. Voy a pedir el taxi con la app para no rascar frío innecesario.
— Yo no siento nada de frío ahora mismo —me confesó de nuevo al oído, regalándome un vistazo a su escote del cual en algún momento en el que no le prestaba atención se había desabrochado un botón.

Llevaba lencería turquesa, su color favorito, no podía ser de otra manera. Yo no era idiota, esto era una clara invitación a ir algo más allá en nuestra charla. Y mientras seguíamos inclinadas la una hacia la otra y tocó mi confesión:

— Yo nunca he estado con otra mujer, pero es algo que no me importaría probar.

Entonces ella se giró y con un beso en la mejilla me invitó.

— Yo podría enseñarte — con un susurro seductor, selló el destino de ambas para esa noche.
— A mí me gustaría aprender contigo —susurré de vuelta.

Pagamos las cervezas, bueno, las pagó Sofía porque se empeñó en que ella había bebido más que yo y salimos a por el taxi que nos esperaba en la puerta.

Le di la dirección de mi casa. Si iba a suceder algo quería poder recordarlo entre mis sábanas. En el camino a casa reposó su cabeza sobre mi hombre, puso una de sus piernas sobre las mías y se acurrucó contra mí. Sentir su aroma tan cerca  me tenía lca, el sabor que estaba tan cerca de mí sabiendo que pronto podría tenerla entre mis brazos, un sueño húmedo que se había repetido miles de veces de formas diferentes. Su abrigo se abría lo justo para mostrar parte de su escote, ese del que yo carecía porque era más bien plana. ¿Sería capaz de cumplir sus expectativas?

Algo de indecisión cubrió mis manos heladas y Sofía pareció estar más espabilada de lo que yo creía porque me cogió una mano entre las suyas u me preguntó:

— ¿Vamos a tu casa? —con un leve ronronea.
— Sí, he pensado que sería lo mejor, vivo cerca de aquí.
— Es perfecto —contestó.

Y se quedó adormilada apoyada sobre mí dejándome saborear aquellos minutos de gloria.

…continuará