Tres cervezas y media (final) – Relato
Salí del taxi con una sonrisa en la cara que hacía años que no ponía. La guié por el entramado de soportales y no dijimos nada mientras subíamos en el ascensor. Sólo nos mirábamos a los ojos con la certeza de que algo estaba por pasar.
Abrí la puerta de casa y me quité el abrigo mientras ponía la calefacción a tope, por si acaso. Sofía me siguió y colgó su abrigo junto al mío.
— Quítate las botas si quieres, que esos tacones deben estar matándote —la invité mientras la guiaba hasta el sofá.
— ¿Ves Angie? Eso solo lo diría una mujer, a ellos les va más follarte con los tacones puestos —. Me dijo con algo de desdén mientras se quitaba las botas y se tiraba con una pose dramática en el sofá.
Me reí de la burrada que había soltado, aunque era totalmente cierto, algo tenían los hombres con los tacones. Cogí dos vasos de agua, uno para cada una, más necesario para Sofía que para mí. No quería darle más alcohol del que llevaba ya en el cuerpo, ese cuerpo tan pequeño que quizás podría tener entre mis brazos esa misma noche.
—Toma un vaso de agua, para que no se te suban mucho las cervezas —. Le entregué el vaso en la mano.
—¡Y encima no me quieres emborrachar para llevarme a la cama! —rió.
—Claro que no —sonreí con mi sonrisa más seductora— quiero que vengas por tu propio pie y voluntariamente.
Ella abrió la boca como para decir algo pero al final se echó a reír con esa musical voz que tenía.
—Ay, Angie, no sabes las ganas que tengo de llevarte a la cama, aunque no sé donde está… —dejó la frase ahí como invitación.
—¿Quieres ver mi habitación? —pregunté coqueta.
Ella amplió su sonrisa, dio trago al vaso de agua y se levantó del sofá, la guié hasta mi habitación de la mano entablando una unión más allá de lo que habíamos hecho hasta ahora.
Al llegar ella soltó mi mano para darme un abrazo desde atrás y el contacto de sus pechos contra mi espalda y su respiración acalorada hizo que se acelerase la mía. Abracé sus brazos y los apreté contra mí aceptando la muerta de cariño.
Sofía empezó a desabrochar mi blusa poco a poco dejando mi nada protuberante 90B al aire. Menos mal que en un arrebato de positivismo me había puesto ropa interior a juego. Acarició la zona de mis pechos que quedaba al aire con suavidad mientras me besaba la nuca con pequeños toques de lengua y soplando después haciéndome estremecer. Ella era un poco más bajita que yo así que nos moví lentamente hacia la cama para sentarnos y tenerla a mi altura. Ella dejó de abrazarme para sacarme la blusa por los brazos y quitarla del medio, la dejó caer a mis pies exclamando un:
— ¡Oh!
Y acto seguido terminó de desabrochar la suya dejando ver su abundante pecho que me sacaba de mi estado de semitranquilidad al ver que, evidentemente tenía a una mujer en mi cama, y que esa mujer era Sofía, con la que me había masturbado numerosas veces desde que la conocí y empezó a crecer dentro de mí aquel deseo que por mucho tiempo había querido tachar de anormal.
Sin pararme a pensarlo si quiera me arrojé sobre ella y uní nuestros labios en un torpe pico del que me sentí terriblemente orgullosa, mi primer beso con Sofía, en mi casa, en mi cama, jamás lo olvidaría. Estaba en el cielo, lo tocaba con los dedos… pero no era el cielo, sino su pelo dorado y brillante como una moneda nueva. Ella me tomó por las mejillas y me atrajo hacia su rostro para darme un beso suave, mullido y fresquito gracias al vaso de agua que se había bebido antes. De repente sentí una lengua que tímidamente llamaba a mi puerta, entreabrí mi boca para darle paso y fui recompensada con otro nuevo beso que termino con nuestras lenguas entrelazadas. Era pura suavidad toda ella, iba despacio conmigo, lo notaba, nuestros besos eran como aquellos que te das en el parque con tu primer amor: