Lo que me gusta de ti
Me encanta tener sus manos entre las mías, tan suaves, tan grandes, dan calor, sosiego, tranquilidad. A su vez imponen, pues son fuertes y con azules venas que las surcan como si fueran dibujos tribales de guerra cuyo color da a entender a los demás las intenciones del guerrero.
Sus manos, una parte tan pequeña y tonta de su cuerpo. Una de mis favoritas.
Me encanta sentir el camino que recorren sus dedos por mi piel, como un abrazo inmenso. La suavidad de las yemas de sus dedos acariciando cada centímetro cuadrado de la dulce piel de mi espalda, y es que hasta noto en mi boca ese sabor del que habla cuando me acaricia.
Y, la verdad, cuando él me besa, cuando roza sus labios con los míos noto un carrusel de emociones que recorren todo mi cuerpo de una a otra punta haciéndome sentir mil cosas en un segundo. Confundiendo mis sentidos como si se tratara su saliva de un potente veneno que los inhibiera, confundiéndolos, atrapándolos entre sus dientes obligando a mi lengua a ir a buscarlos en esa insaciable cueva, “su boca”.
Con tan solo pronunciar mentalmente esas dos palabras: “su boca” hay algo que me induce a cerrar los ojos y, tal cual un ciego haría, rememorar de una sola vez, de un solo golpe esas sensaciones encontradas que con un beso se pierden en mi cuerpo y con otro beso se reúnen, como por propia voluntad en un lugar escondido, oculto, sin nombre entre la boca de mi estómago y mi pobre y dolorido corazón, llenándolo de sensaciones usualmente cálidas, dulces y agradables y de vez en cuando amargas y crudas pero siempre deseadas, pues sus labios sin tan queridos por los míos que aunque la misma muerte estuviera encerrada entre ellos esperando una víctima, yo lo sería, gustosa, por sentir una vez más ese cúmulo de sonrisas, de olores, de sinsabores, de él.