Relato: Con luz propia (hadas y depresión)

Pirra Smith - Con luz propia relato de hadas

Hoy traigo un relato con el que participé (y no me seleccionaron) en la Antología Cuentos de hadas de «Perdiendo el rumbo». Lo titulé «Con luz propia» porque quería darle un aire de magia a esas veces en las que se nos va apagando la luz. Ojala fuera tan simple como que un hada está alrededor.

Silvia no se siente bien, parece que su luz se apaga por momentos.
¿Qué puede estar ocurriendo?

Con luz propia

Era sábado y bien podría haber sido miércoles. Los días se distorsionaban en mi mente, las noches se fundían con las mañanas y las tardes llegaban sin darme cuenta. Diego, mi marido, estaba preocupado por mí. Me había sumido en una neblina oscura que no me dejaba ver la luz.

De vez en cuando la cosa mejoraba. Volvía a respirar, ponía música, reía, bailaba y parecía que todo iba a volver a ser como antes. Pero me apagaba de repente, como si una nube gris me persiguiera. Durante un tiempo habíamos evitado ponerle nombre, a pesar de que el elefante en la habitación era cada vez más evidente. Surgieron algunas ideas: ansiedad, depresión…

Así que me hice un té chai, mi preferido, y salí al jardín envuelta en el chal más viejo que tenía. A lo lejos un trueno retumbó y sonreí. No me gustaban las tormentas especialmente, sin embargo disfrutaba el olor de la lluvia. Entre la suavidad del chal, el calor del té y la expectativa de las gotas de agua que pronto estarían sobre mí sentí la felicidad brotar dentro de mi pecho. Esa era yo. Mi yo de verdad, la verdadera Silvia.

Me alejé por el camino de piedras hasta la valla observando el horizonte. El campo estaba salpicado por árboles de todo tipo, algunas casas y al fondo, tras un paseo de media hora, un bosque precioso en el que hacía tiempo me había perdido haciendo fotos. No había podido disfrutar del todo de nuestro nuevo hogar. Pasaba el tiempo y mi estado de ánimo no mejoraba. Quizás tenía que claudicar y hacer caso a Diego, al fin y al cabo él era psicólogo y sabía de lo que hablaba.

Las primeras gotas empezaron a caer por lo que volví a meterme en casa. Me senté en el alféizar de la ventana del salón disfrutando del golpeteo de la lluvia al caer. El viento agitaba las copas de los árboles y los arbustos. Todo fluía en una especie de coreografía. Todo menos una cosa que llamó mi atención. Parecía que el viento arrastrara algo de un lado a otro. «¿Sería un topillo?». Desde que habíamos llegado no habían hecho más que dar problemas haciendo agujeros por todas partes. No me generaba simpatía precisamente, pero no debía ser agradable que el aire te golpeara contra el suelo.

Dejé la taza a un lado y cogí una de las mantas que tenía en el respaldo del sofá para atrapar al topillo y rescatarlo de las inclemencias del tiempo. El pelo se me vino a la cara nada más salir por la puerta y lo perdí de vista. Entrecerré los ojos buscándolo en el preciso momento en el que la corriente lo lanzó contra mis pies. Eché la manta sobre él y entré a toda prisa dejando fuera la tormenta.

Me dirigí al baño, dejé el bulto en la bañera con cuidado y me alejé un paso esperando que saliera. Tardó unos instantes, en los que mi preocupación fue aumentando. Al final la manta empezó a abultarse por aquí y por allá.

Esperaba algo como un ratón grande y sucio, quizás una rata sin cola. Apareció una pequeña patita mucho menos peluda de lo que había imaginado y luego la otra. Cuando asomó la cabeza fui consciente de que aquello que había atrapado no era para nada un topillo. Se arrastró lejos de la manta, se puso en pie y se palpó el cuerpo. Desplegó un par de alas tan finas que parecían transparentes. La intensa luz del baño las atravesaba casi como si fueran de cristal. Tenía piernas, brazos, cabeza… era como una persona muy pequeña.

Estaba fascinada con su belleza pensando en fotografiarla. Quería atrapar aquel juego de luces, aunque fuera solo en mi memoria.

Se giró y sus ojos completamente negros me paralizaron. Entonces lo noté. Ese desasosiego que a veces se cernía sobre mí. Me llevé la mano al pecho notando que me costaba respirar, como si algo muy pesado me impidiera hinchar del todo los pulmones. La sonrisa que se me había dibujado en la cara ante la maravillosa visión decayó hasta formar una línea recta y de repente nada parecía tan maravilloso como hasta hacía unos instantes.

Los ojos de la criatura se fueron aclarando poco a poco hasta que las pupilas negras se redujeron de tamaño y descubrí que el iris era de un color azul intenso. Sonrió, estiró los brazos hacia el techo y girándose por completo para que estuviéramos frente a frente ladeó la cabeza y dijo:

—Gracias.

«Habla. Me he vuelto loca por completo. Quizás me he quedado dormida mirando la lluvia y estoy soñando». Me pellizqué el brazo y sentí una punzada de dolor. «Pues no, estoy despierta, así que debo estar alucinando» deduje.

Trastabillé un poco y me senté sobre la taza del inodoro. De un salto y con un poco de aleteo la criatura subió hasta el borde de la bañera. En ese momento me percaté de que iba cubierta con el papel de propaganda de mi restaurante mexicano favorito y una goma de pelo a modo de cinturón. Era tan aleatorio y absurdo que solté una carcajada… seguida de unas cuantas más. Toda la situación me parecía absurda.

El ser alzó las cejas, abrió los brazos en mi dirección y movió las alas que empezaron a brillar. Entrecerré los ojos y me di cuenta de que la luz no atravesaba las alas. La estaba atrayendo y absorbiendo. Sus ojos se hicieron más claros, como el cielo. Incluso su pelo que me había parecido castaño dorado se aclaró hasta alcanzar un rubio albino. No estaba brillando, estaba succionando la luz.

De nuevo aquel peso en el pecho se hizo presente. «¿Sería posible que lo que me ha estado pasando estos días fuera culpa suya?». Me acaricié el pecho haciendo círculos con la mano para calmar la sensación.

—Disculpa, a veces me dejo llevar.

Hubo un silencio en la habitación durante el que algo cambió en el ambiente y las puntas de la parte alta de las alas perdieron algo de brillo.

—Todo esto ha sido cosa tuya, es tu culpa —la acusé.

—¿Culpa mía? —preguntó indignada—. No. Culpa tuya. Brillas demasiado. Te encontré y no tuve más remedio que seguirte.

—¿Qué eres? ¿Una polilla?

—No, un hada del bosque.

—¿Un hada del bosque que se alimenta de luz?

—Algo así, tú no la usas.

—¿Qué no uso?

—¡Tu luz!

Hizo un gesto con sus diminutas manos abarcándome entera. Me miré de reojo en el espejo y no vi nada raro. «Bueno, bastantes cosas raras estoy viendo ya si estoy hablando con un hada del bosque». Suspiré con pesar.

—¡Me estaba muriendo! Si me oscurezco por completo acabaré por dejar de moverme y convertirme en una rama cualquiera que los humanos pisáis sin mirar. Ese es mi destino.

—Convertirte en una rama —repetí entre inexpresiva e incrédula.

—Sí. Había pensado que mutar no sería tan malo. Me habían convencido de que mi sacrificio era necesario.

—¿Quién te ha convencido?

—El resto de hadas —contestó con tonito de superioridad como si fuera una obviedad.

Bufé. Estaba segura de que todo esto tenía algún tipo de explicación científica que obviamente no incluía hadas. Me giré hacia la voz chillona que con toda probabilidad provenía de mi cabeza aunque escuchara como si saliera del interior de aquel ser fantástico imaginario. Me llevé las manos a la cabeza entre agobiada y frustrada.

—Oh, no por favor, no te pongas así.

—¿Así cómo?

—Pues… apagada.

—Oh, discúlpame —contesté con retintín—. Un hada ha aparecido en mi vida diciendo no sé qué de luz y que no quiere convertirse en una rama. Perdona si estoy teniendo dificultades procesando todo el tema.

¿Dónde puedo terminar de leer «Con luz propia»?

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… también dese Kofi.