Este fanfiction de Harry Potter al que en un alarde de originalidad llamé «Tierno, pero salvaje» no llegó a ver la luz en Fanfiction.net y no sé muy bien por qué. Quizás me daba vergüenza porque creo que esta fue la primera escena de sexo que escribí en toda mi vida.
En su momento los protagonistas eran otros, pero… para la ocasión especial que es publicar este fanfic en el blog, más de diez años después de haberlo escrito le he dado un lavado de cara y los protagonistas son Sirius Black y Remus Lupin. Soy una gran fan de wolfstar y si este relato te gusta te recomiendo que te pases por mi songfic En solo un segundo y que si no conoces Marauder!Crack vayas ahora mismo a descargarlo para disfrutar de una maravilla.
La imagen de cabecera del post es una foto del deviantart de Lilta a quien podéis seguir en Tumblr para ver más fotos de esa misma sesión, que es épica. También puedes ver sus otras redes: VK o Ask (aunque me temo que no están actualizadas).
Sin más dilación os dejo con algo tierno, pero salvaje:
Algo me golpeó en el muslo y bajé la vista para ver con qué me había golpeado en medio de la calle. Mis ojos se toparon con los de un perro negro que estaba muy limpio para ser callejero. Me quedé quieto unos segundos antes de agacharme y acariciarlo entre las orejas, momento que aprovechó para pasar su enorme lengua por mi cara.
Si se hubiera tratado de otro perro me habría dado un asco tremendo, pero eso precisamente era lo último que me provocaba. No era un perro callejero normal y corriente. Cogió mi abrigo entre sus dientes y tiró de mí para que le siguiera. Caminamos juntos atravesando las calles del pueblo hasta una cabaña vieja y abandonada a la que nadie le gustaba acercarse porque se decía que, si agudizabas el oído, podías escuchar gritos provenientes del interior.
Yo sabía quién gritaba en esa cabaña. No era todos los días ni a cualquier hora, solo por las noches y cuando había luna llena. Ser un licántropo tenía sus cosas buenas, pocas, y sus cosas malas, muchas; sin embargo, con los años había empezado a acostumbrarme a unas y otras. Cada luna llena me ataba a unas cadenas que había soldado y entrelazado en una de las habitaciones más recónditas de la cabaña, casi en una cueva, que antes habría sido un calabozo.
Al principio pasaba las noches en soledad, sufriendo la transformación, la sed de sangre, de cazar algo vivo. Entonces apareció él, y las cosas nunca volvieron a ser iguales. Es un animago. Puede presentar su apariencia humana o ser ese perro que subía las escaleras de la cabaña y rascaba la puerta para que le abriera.
Una vez cerrada la puerta desde el interior siguió adentrándose en la cabaña y bajó hacia el sótano. No es lo que yo hubiera preferido, pero sabía que lo estaban buscando y cualquier cuidado que tuviéramos era poco. Una vez la penumbra nos envolvió se convirtió en persona.
Sirius. Cuanto tiempo separados, quizás demasiado. Mi cariño hacia él no ha parado de crecer desde nuestro primer encuentro. En el último, supe que se había convertido en amor. Aquella noche fue la mejor que pasé a su lado.
Salí bruscamente de mis pensamientos al notar sus brazos en mi cintura. Un abrazo. Apoyé mi frente en su pecho, la respiración acompasada me hacía sentirme seguro. «Seguro. ¡Ja! Eso era algo que no podría ocurrir mientras estuviera en busca y captura. Mientras Peter siguiera libre y todos te tomaran por un asesino».
Yo había descubierto el Ministerio de Magia al poco de ser mordido, me habían rastreado y encerrado en sus instalaciones para estudiarme, querían comprobar si podía transformarme a voluntad. Pero yo era esclavo de la luna llena, como muchos otros. Me dejaron suelto en medio de la ciudad seis meses más tarde con una amenaza: «si matas a alguien vendremos a por ti».
Sabía que me vigilaban, no me habían puesto un chip ni un rastreador informático, pero de vez en cuando sentía que alguien me seguía o me observaba. Sabía que tenían a muchos animago entre ellos. Cualquier perro, gato o rata con la que me cruzara era un potencial vigilante. Andaba con mil ojos esperando a que algún animal hiciera un gesto más humano para descubrirlos.
Cerré mis ojos y me concentré en el latido de su corazón. Al principio lento y pausado, aunque poco a poco con el abrazo y el roce se fue acelerando. Alcé la vista y nuestros ojos se encontraron.
Su mirada, siempre triste, llena de angustia y dolor por culpa del pasado, ahora brillaba, cambiaba al mirarme a mí. «Haces que me sienta alguien especial» pensé mientras una sonrisa comedida se asomaba a mis labios. Tenerle cerca hacía que la soledad que inundaba mi corazón se desvaneciera como por arte de magia.
Sonreí más ampliamente y él me imitó. Su boca enmarcada en una barba de varios días se me antojaba suave. Me alcé sobre las puntas de mis pies y lo besé. Nuestros labios se unieron por unos segundos. Luego volví a mi posición normal, a la altura de su cuello y me giré para mirarle. Su sonrisa se había acentuado.
—Te he echado mucho de menos —dije abrazándolo.
Él pasó una mano lentamente por mi pelo desordenándolo. Me besó la frente y afianzándome entre sus brazos susurró:
—Yo también.
De nuevo me besó la frente y continuó diciendo:
—He soñado contigo cada noche, te recordaba al mirar las estrellas y el olor del bosque me hacía sentirte en todas partes.
No pude más que sonreír. Bajó un poco su cabeza y dejó otro pequeño beso sobre mis labios, solo juntándolos con los míos, sin buscar nada más. Siempre era muy tierno conmigo. Cuando le conocí me imaginaba que él con las chicas sería muy directo, un tanto salvaje, quizás con un punto de agresividad contenida. Pero me equivoqué. Eso demuestra que la gente no es lo que parece a simple vista. Puede que fuera porque él lo había pasado mal durante su tiempo en el Azkaban y por eso era tierno. Sus manos pasaron de mi cintura a mi espalda, acariciándome. Yo quería ese contacto, a pesar de ello di un paso atrás y le miré.
—¿Dónde estuviste tanto tiempo? —pregunté.
Debajo de todo ese pelo parecía un niño, en el fondo los dos lo éramos, un par de niños necesitados de cariño y amor. Que carecían de la comprensión del resto del mundo sobre nuestra forma de vida cuando no teníamos forma humana.
—Yo… tuve algunos problemas.
—Dijiste un mes —un nudo empezó a formarse en mi garganta—. Y hace ya cuatro lunas que no nos vemos.
Me giré y le di la espalda. Deseaba verle, pero me había tenido tan preocupado. Sentí sus manos en mis hombros. Me dio la vuelta de nuevo y tomándome de los hombros juntó nuestras frentes con un rictus de dolor en sus ojos.
—Tuve problemas para regresar… entiéndeme.
Lo entendía, por supuesto que sí. La preocupación por saber dónde estaría, cómo o si seguiría lejos de las garras del Ministerio de Magia era devastadora. Las lágrimas empezaron a emborronarme la vista y cerré los ojos provocando que un par se despeñaran por mi mejilla y su mano trató de borrarlas de mi piel.
—Y yo estaba preocupado, no sabía qué te había pasado, ni dónde estabas, ni… ni si no querías volver a verme.
Él me apartó de sí unos segundos y mirándome a los ojos dijo:
—¿De verdad crees que haría algo así? Te quiero, joder.
Y entonces me besó. Pero no fue un beso como los anteriores. Esta vez sentí sus labios abrirse y su lengua acariciarme poco a poco, intentando hacerse hueco para llegar a la mía. Le dejé hacer. Mi respiración se comenzó a agitar. Poco a poco Sirius me fue echando hacia atrás hasta que mi espalda dio contra la pared de la mazmorra. Bajó sus manos hasta mis caderas y con un pequeño impulso me cogió en brazos y me puso a su altura. Los besos se tornaron cada vez más pasionales. Mis manos recorrían su pelo. Acaricié su espalda, tan ancha, tan fuerte. Enganché mis piernas alrededor de su cintura. Se movió y me llevó a otra parte de la cabaña, separé mis labios de los suyos y sonreí.
—¿Dónde me llevas?
Él me sonrió y besándome de nuevo contestó.
—Es una sorpresa.
Me volvió a besar. Sentir sus labios en los míos era como subir al cielo, estar rodeado de felicidad. Saber que él era feliz por tenerme a su lado, saber que yo era alguien especial para él y saber que siempre volvería a mi lado porque me quería. Metió su mano en mi abrigo y cogió mi varita.
—¿Confías en mí? —preguntó misteriosamente.
Le miré a los ojos.
—Sí.
Me dejó de nuevo en el suelo y dijo:
—Entonces cierra los ojos.
Dudé unos segundos. Él con una varita, en un lugar que conocía a la perfección, yo con los ojos cerrados sin poder transformarme en plena mitad del día, totalmente indefenso. Suspiré. Confiaba en él tanto que dejaría mi vida en sus manos. Oí un par de susurros. No pude entender lo que decía. Mi curiosidad era tal que quise abrir un ojo para ver la «sorpresa», pero Sirius debió adivinar mis pensamientos y puso una mano tapándomelos.
—Tramposo —susurró en mi oído haciendo que se me pusiera la piel de gallina.
Entonces se puso detrás de mí. Apartó la mano de mis ojos y dijo:
—Ya puedes abrirlos.
Abrí los ojos y noté que había estado encendiendo unas velas que antes, en la penumbra no había sido capaz de distinguir haciendo del ambiente algo mucho más íntimo. Además, al lado de las cadenas que solía usar para mantenerme encerrado había un colchón con una manta. «¿Eso es la sorpresa?» le miré interrogativo.
—Ahí, encima del colchón —dijo él un poco cortado.
Confuso donde había señalado y encontré una margarita, mi flor favorita, con un lazo rojo atado alrededor del tallo. La cogí y miré intrigado a Sirius.
Él se acercó hasta mí, tomó mi mano entre las suyas, hincó una rodilla en el suelo y dijo:
—Yo te quiero, no quiero perderte, significas mucho para mí y —dejó la margarita de nuevo sobre el colchón y tomó mis manos entre las suyas— me gustaría saber si esto significa lo mismo para ti si quisieras… formalizarlo.
Abrí la boca para contestar, pero los sonidos se negaban a salir de ella. Tomó el lazo rojo y lo ató primero a mi meñique y luego me pasó el otro extremo para que hiciera lo mismo en el suyo. Le miré a los ojos, brillaban tanto, nunca le había visto así.
—Si sé que estaremos unidos, como la historia del hilo rojo, como el destino que nos unió en esta cabaña después de haber pasado por el Ministerio de Magia, podré seguir adelante. Buscaré a Peter y haré que confiese que fue él quien rompió las reglas del Ministerio de Magia y asesinó a todas esas personas. Tengo pistas que me han traído hasta el pueblo de nuevo, creo que sabe algo sobre ti, sobre nosotros. Por eso he pasado tanto tiempo sin verte, te estaba protegiendo.
Fue un estúpido impulso, pero me abalancé sobre él y le besé. Entre la posición en que estaba y la sorpresa que se llevó por mi reacción se echó para atrás y caí encima de él, cuerpo contra cuerpo. Nuestras bocas se juntaron, nuestros labios se buscaron y nuestras lenguas empezaron a jugar a las caricias. Nuestras manos unidas eran torpes a la hora de intentar acariciarnos. Con un impulso se giró haciendo que yo quedara debajo y él encima. El beso continuó, pese a eso, tan solo habíamos cambiado posiciones. Entonces él se separó de mí y de rodillas en el suelo, una pierna a cada lado de mi cuerpo, dijo:
—¿Qué me dices?
—Sirius —sonreí—, no tenías que preguntar, yo también te quiero. La cosa es que esto que tenemos es difícil. Me duele en el alma cada vez que te veo partir, sin saber cuándo vas a regresar. Tendríamos que ocultarlo y qué tipo de relación es esa en la que no me puedes decir nada, siempre me ocultas dónde vas, con quien, por qué. Te amo, te amo con todo mi corazón, pero esto va a ser complicado, los sabes, ¿verdad?
Puso un dedo en mis labios para hacerme callar. Desató el lazo de nuestros meñiques y lo enrolló en una de mis muñecas para que lo llevara como recuerdo a partir de aquel momento. Se levantó del suelo y me tendió una mano para que yo también me levantara. Con un poco de impulso quedé frente a él. Le miré a los ojos. El brillo aún estaba en ellos, aunque me miraba un tanto triste.
—Estoy a un paso de encontrar a Peter, te lo juro, lo llevaré ante el Ministerio de Magia y ya no podrá fingir que está muerto, que lo asesiné, tendrá que confesar. Yo confiaba en él, ¿sabes? Pensé que… me vendió, el muy… rata.
Acaricié su pelo para tranquilizarlo, habían pasado algunos años, pero todavía no superaba la traición de aquel amigo, otro animago. En un intento por devolverle al estado de ánimo juguetón y para disfrutar de su visita puse mis manos en su cintura y me acerqué para besarle mejor. La diferencia de altura no era un problema para nosotros. Puso sus manos en mi trasero y me alzó, enganché mis piernas en su cintura de nuevo y acaricié su pelo mientras él buscaba la manera de quitarme el resto de ropa que aún me quedaba encima. Se echó hacia atrás y se sentó en el colchón donde minutos antes había estado la flor.
Acercó su boca a mi oído y en un susurro que se me antojó sexi me preguntó:
—¿Dejas que este hombre buscado por la ley te demuestre lo mucho que significas para él?
Como toda respuesta, bajé mis manos de su pelo a su torso y comencé a desabrochar los botones de la camisa. Sus manos recorrieron mis piernas a la vez que me regalaba las más dulces caricias con sus labios. Por fin me deshice del último, situado peligrosamente cerca de su entrepierna. Acariciando sus hombros le saqué la camisa, tirándola lejos. Acto seguido la mía corrió la misma suerte.
Me encantaba acariciar su piel, sus hombros y sus fuertes brazos. Pensé que muchos bien podrían envidiar su maravilloso cuerpo, a mí me resultaba tan fascinante que podría dedicarme a acariciarlo solamente durante horas.
Nuestras respiraciones se iban agitando por momentos. Sus besos cambiaron de destino y recorrió todo mi cuello perdiéndose en el hueco de mi clavícula. Yo tan solo seguí acariciando cualquier parte de él que me quedaba a mano mientras suspiraba. Con un movimiento suyo quedé tumbado en la cama con él encima de mí. Me sonrió mientras desabrochaba los botones de mis vaqueros. Alzó una ceja y con una sonrisa que debía de estar prohibida por la ley me dijo:
—Me encanta el color de tu ropa interior.
No me dejó ni contestar, su lengua siguió un recorrido descendente que yo ansiaba, pero no esperaba y no pude evitar apretarlo contra mí sin saber si le apremiaba a seguir o necesitaba que parase. Los gemidos que había tratado de silenciar hasta ese momento huyeron de mi garganta. Su lengua recorría cientos de caminos que dibujaba sobre mi piel, haciéndome subir al cielo. Yo no quería ser la única persona que disfrutara en aquel colchón. Bajé mis manos a sus vaqueros buscando la manera de liberarle de la presión que le causaban. Después de acariciar y palpar su cuerpo, encontré el objeto de mi deseo. Él se dejó hacer y le saqué los pantalones y su ropa interior por completo. De repente me di cuenta de que habíamos cambiado de posición, ahora yo estaba encima de él, yo dominaba y tenía su placer en mis manos.
Comencé a repartir besos entre la boca y el ombligo, no quería perderme nada. Mientras me entretenía con un sabroso banquete, mis manos bajaron hasta su entrepierna para dedicarle las mejores caricias que sabía dar. El placer inundaba nuestros cuerpos. Me hacía temblar desde mis hombros desnudos que Sirius acariciaba hasta la punta de mis pies.
De repente noté cómo se puso algo rígido y un gemido se escapó de sus labios. Sonreí. Lo estaba haciendo bien. Su excitación se fue agrandando por momentos. Entonces agarró mi barbilla con una mano y subió mi cara hasta ponerla a su altura para darme un beso lleno de pasión y calor. En tres segundos me di cuenta de que mi ropa interior estaba en el suelo con la demás y Sirius tenía su cara entre mis piernas haciéndome descubrir nuevas sensaciones que hasta ahora creía inexistentes.
Nunca había pensado que un hombre pudiera darme placer con su lengua. Esta vez el que no pudo reprimir los gemidos y algunas palabrotas fui yo. Mi corazón se aceleraba y abrí los ojos «pero… ¿En qué momento los he cerrado?». Bajé la vista y supe que la imagen que estaba disfrutando se me quedaría grabada para siempre. Me dejó escapar de su boca con una sonrisa y me observó intensamente, conteniéndose. Con la voz entrecortada por su respiración agitada me preguntó:
—¿Quieres que siga?
Le miré y amoldándome a su cuerpo bajo él le contesté:
—No quiero… lo necesito, lo deseo.
Había estado preparándome mientras jugaba conmigo en su boca y tiernamente empezó a entrar en mí con cuidado para no hacerme daño. No era la primera vez que lo hacíamos, pero no teníamos demasiada experiencia. La excitación movió nuestros cuerpos como si fuéramos títeres y manejara unos hilos invisibles en las caderas. Al poco comenzamos a movernos al unísono, él me avisó de que iba a llegar y comenzó a masturbarme para asegurarse de que yo también lo hacía.
Llegó él primero, sin embargo, no paró de moverse ni se dejó caer sobre el colchón hasta asegurarse de que yo también había terminado. Ambos respirábamos entrecortadamente, los latidos de nuestros corazones se habían disparado. Apoyé mi cabeza en su pecho y pasé una mano por su cintura. Él pasó una mano por mi hombro en ademán protector y con la otra empezó a acariciar mi pelo.
—¿Qué tal?, ¿eh? —preguntó, aunque acto seguido añadió con voz segura—, ha estado bien.
—Me encanta tu gran y enorme —hice una pausa mirándole a los ojos mientras él sonreía— ego.
Parpadeó varias veces y luego acentuó su sonrisa.
—Y a mí me encantas tú.
Me dio un beso en la frente y siguió acariciando mi pelo. Suspiré, me había quedado agotado. Al rato Sirius dejó de moverse, eché un vistazo y vi que tenía los ojos cerrados, se había dormido. Después del viaje que probablemente llevaba a sus espaldas y lo que acababa de ocurrir no me extrañó.
Los dos, tan diferentes y, aun así, juntos. Él un animago fuerte e independiente y yo un licántropo débil y asustadizo. Él con su piel morena y el pelo negro, todo contrario a mi blanca piel y mis mechones de pelo blanco. Apoyé de nuevo mi cabeza sobre su pecho, cerré los ojos y me dejé llevar por el mundo de los sueños en brazos de mi amor.
Una gorda rata que había visto toda la escena salió de la cueva sin que ninguno de los dos notara su presencia ni echara en falta su ausencia…
Deja una respuesta