Las clases habían sido largas y tediosas, quedar con el grupo para terminar de redactar el maldito informe sobre la investigación que tenían que presentar la semana siguiente, para poder optar a hacer el examen había resultado agotador con tanto infantilismo entre personas que se presuponían medio adultas.
Para cuando por fin logré que se pusieran de acuerdo en los últimos toques y dije que me encargaba yo del tema de las impresiones y tal era tan tarde que el sol se había ido y llegaría a casa para cenar.
No es que odiara a la gente, pero los trabajos en grupo sacan muchas veces lo peor de cada uno. El perezoso siempre aprovecha para escaquearse, la perfectísima tiene que ponerle un pero a todo, los que tienen agenda de ministro siempre nos tienen a todos de aquí para allá sacando 15 minutos para cualquier cosa y en fin…
Estaba muy harta del mundo ese día ya, solo quería tirarme en la cama y comer alguna guarrería mientras ponía algo en Netflix que me desconectara los pensamientos.
Cerré el coche que había conseguido aparcar sorprendentemente cerca del portal y llamé al ascensor. Solo vivía en un segundo y me había prometido a mi misma subir y bajar siempre andando para hacer algo de ejercicio pero ese no era el día para más agotamiento.
Saqué las llaves mientras el ascensor me elevaba a mi paraíso personal de chocolate y Netflix pero al ir a meterlas en la puerta de casa me di cuenta de que estaba abierta. No había luces dadas dentro de la casa, todo estaba a oscuras y en silencio. La claridad que se colaba desde el descansillo dejaba entrever cosas tiradas por el suelo.
Un ladrón. Nos han robado.
Mi abuela estaba trabajando en esos momentos, tenía turno de noche y aún tardaría horas en llegar, yo estaba en la puerta y nadie más tenía un juego de llaves de nuestra casa. Nada de familiares ni vecinos que pudieran estar ahí en esos momentos.
Lentamente terminé de abrir la puerta con el pensamiento congelado mirando a todas partes. Las cosas por los suelos, los cajones abiertos, algunos cristales rotos… Eché una mirada a la cocina, donde no había nadie, y seguí adentrándome en la casa poco a poco, en silencio, como si temiera asustar a alguien.
Y fue entonces en medio del pasillo, antes de llegar a la última habitación, la de mi abuela, cuando escuché una especie de clics, como el sonido que se hace al presionar un botón. Di otro paso. Pero en esa habitación no había ningún ordenador o máquina de ese estilo. Di un paso más. Alcé la mirada y me encontré con una sombra que me miraba desde donde debería tener unos ojos que no existían.
Abrí la boca para gritar pero de mi garganta no consiguió salir sonido alguno mientras veía a la sombra tirarse por la ventana de la habitación. Mi cuerpo reaccionó antes que mi voz, mi mente y mi cuerpo porque salí corriendo de casa y no me di cuenta de que mi corazón galopaba fuertemente hasta que me di cuenta de que corría escaleras abajo aterrorizada. Mis pies se dieron cuenta en aquél preciso momento de que tenían que hacer el movimiento correspondiente para bajar los escalones y resultó demasiado complicado. Trastabillé y caí al vacío en los últimos escalones hasta golpear contra alguien que me sujetó para no caer por completo sobre el suelo.
Me agarré a aquella camiseta extraña como si la vida me fuera en ello, como si tuviera la capacidad de salvarme del miedo que sentía en esos instantes al igual que me había salvado de la inminente caída por la escalera.
Miré hacia arriba y me di cuenta de que era él. El nuevo vecino con el que me había encontrado en el portal unos días atrás.
- Creo que… que han entrado a robar a mi casa – le confesé casi en un susurro sin soltarle – he entrado y había alguien en la habitación, pero saltó por la ventana.
Y entonces me di cuenta de la incongruencia que suponía que alguien tratara de saltar desde un segundo piso, y que además, de haberlo hecho, el vecino que acababa de llegar se tendría que haber cruzado con aquella persona. Pero no era una persona lo que yo había visto en realidad, si no una sombra, ¿o no?
Él puso sus manos sobre mi cara, eran tan grandes que casi me abarcaba por completo. Me miró a los ojos con una seguridad propia de alguien que se ha enfrentado a este tipo de situaciones mil y una veces y me habló pausadamente.
- Shhh… estoy aquí, no te va a pasar nada.
Y le creí, en ese momento los músculos de mi cuerpo se destensaron y me di cuenta de que estaba a punto de arrancarle la camiseta con las manos. Le solté rápidamente y murmuré:
- Lo siento.
Sus ojos y los míos seguían conectados. Dejé caer mis manos a los lados de mi cuerpo mientras él mantenía las suyas en mi cara.
- No pasa nada. Llama a la policía, voy a subir a echar un vistazo, ¿de acuerdo?
Yo asentí con la cabeza mientras palpaba uno de los bolsillos traseros de mis vaqueros donde siempre llevaba el teléfono.
- Pase lo que pase quédate aquí hasta que llegue la policía. ¿Entendido?
- Si – murmuré.
Lentamente separó sus manos de mi cara y las bajó hasta mis hombros dándome un pequeño apretón como para infundirme confianza. Me apartó a un lado, poniendo mi espalda contra la pared del rellano. Y comenzó a subir las escaleras hacia mi piso. Con el móvil en la mano me quedé congelada de repente al notar como su calor corporal se desvanecía y se alejaba de mí.
- ¡No! Por favor, no me dejes sola. – Me di cuenta de que le rogaba agarrándole de nuevo de la camiseta.
Sabía que parecía desesperada y en realidad lo estaba un poco. De repente la idea de quedarme quieta y sola en el rellano me daba pánico, por mucho que estuviera iluminado. La idea de que él se fuera de mi lado, un completo desconocido de quien ni siquiera sabía el nombre, me daba pavor.
Se giro con la mirada preocupada, como dividido entre lo que debía y lo que quería hacer. Miró a la mano donde tenía mi móvil agarrado y la señaló.
- Está bien, sube detrás de mí, ve llamando a la policía.
Solté todo el aire que sin darme cuenta estaba aguantando, pensando que me mandaría a la mierda por tan absurda petición. Dejé tranquila su pobre camiseta y marqué el número de la policía. Para cuando habíamos llegado a la puerta de casa ya les había dado la dirección de casa y mandaban a alguien para echar un vistazo. Me indicaron que no entrara a la casa hasta que estuvieran ellos pero les dije que ya había entrado en ese caso me pidieron que no tocara nada hasta que llegaran y que dejara el teléfono libre por si me tenían que volver a llamar.
Colgué y guardé el teléfono en el pantalón de nuevo. Miré a mi vecino que estaba apoyado en el quicio de la puerta de mi casa abierta con los brazos cruzados. Se le marcaban todos y cada uno de los músculos y tenía la camiseta pegada al torso. No sé qué tenía yo con aquella dichosa camiseta de algodón gris que por más insulsa que fuera me parecía la prenda más sexy que pudiera llevar puesta.
- ¿Qué han dicho? – me preguntó con su voz grave en tono bajo, medio susurrando como si todavía pudiera haber alguien en la casa.
- Que no toquemos nada y esperemos a que lleguen.
- Pffff… – bufó – encendamos las luces para ver cómo está todo. Iré yo delante.
Asentí con la cabeza, me parecía maravilloso que fuera él delante, aunque su cuerpo me tapada prácticamente toda la visión con aquella espalda. Fue el momento perfecto para poder regodearme en la visión de su culo prieto bajo los vaqueros oscuros y desgastados. Una parte más de su anatomía que adorar.
Dio la luz que hay en la entrada y acto seguido la de la cocina que estaba casi al lado.
¿Quién sería este vecino? Ni siquiera sabía su nombre o en qué piso vivía. ¿Podía confiar en él? ¿Debía hacerlo? Era un completo desconocido y lo había metido en mi casa tras un robo, por lo que sabía podría haber sido él quien lo había hecho.
Se adelantó y dio la luz del salón, estaba todo por los suelos y apenas se podía andar sin tropezarse o pisar algo. Andaba como si ya hubiera estado en mi casa antes, sabiendo donde estaban las cosas.